Gracias mamá

Doy gracias a Dios por el don de la vida. Mis decisiones y recuerdos vitales, se construyen en un entre: ser hija y madre. ¡Qué maravillosa tarea la de sostener la vida! Una vida que nace precaria, necesitada, para caminar hacia la autonomía y reiniciar el ciclo del cuidado. Porque no hay vida sin cuidado, ni en el niño ni en el anciano. En ese “entre” frágil del inicio y final transitamos. Un camino construido de soplos e instantes irrepetibles, que atesoramos en el alma.
Un trayecto que se entiende en sus inestabilidades por una sola certeza, el amor.

Cuando somos madres entendemos a nuestras madres y ¡cuántas veces repetimos aquello que criticamos! Llegará un día, que ella será un recuerdo, pero seguirá latiendo en lo que somos, lo que con ella fuimos. La relación con la madre es tal vez, la huella más perenne. En la tristeza la nombramos y en la alegría queremos compartirla con ella.

Nuestras vidas se hilvanan con los instantes compartidos en familia, en ese interjuego de crecidos y “en crecimiento” porque los adultos también aprendemos de esa vida en evolución, fresca, liviana, sin prejuicios, que resignifica el horizonte de sentido de nuestra existencia.

Sin dudas, he sido premiada. Soy hija y soy madre, feliz de serlo, sin encasillarme en estereotipos. Porque mientras hoy en mi madre se desdibuja nuestra historia, crezco y agradezco, cortando alas a la soberbia y la autosuficiencia.  Porque mientras mis hijos crecen, yo también crezco y me preparo para los días de otoño que vienen, amparada en el aroma de las primaveras vividas, infinitamente agradecida por cada momento de esfuerzo y entrega, de alegría y magia compartido.

¡Gracias Señor, por este doble don de vida recibido y acompaña a todas las mujeres madres!

jackie

Bs. As. 16 de octubre de 2016

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