Día 4 | El miedo

Día 4 | El miedo

Y algunos de ellos, como Rambert, llegaron incluso a imaginar que seguían siendo hombres libres, que podían escoger. (Albert Camus, La peste)


Extraña Venecia (2013)
Los existencialistas escribieron sobre la existencia inauténtica. Heidegger la describe como esa existencia que no puede admitir su finitud, su "ser para la muerte". Siempre le acontece le acontece a otro que "se" muere.
Con la pandemia nos pasa algo semejante. Tenemos diferentes estados emocionales frente a la información que recibimos y por momentos perdemos la sensibilidad hasta que, de repente, alguien que hipotéticamente podría contagiarte, está infectado.

Esa fue mi experiencia hoy. Alguien en mi familia podría haberse contagiado... y entonces, con brutalidad, te das cuenta que se puede formar parte de ese "se"  para los demás pero que sos vos quien librará la batalla. Y entonces... las palabras burbujean atormentadas en el cerebro queriendo pasar lo que pasa pero hay otras tareas más urgentes como sostener la calma para calmar a los que amas.
Y así fue que recordé  un cuento que escribí un cuento en el 2006 luego de leer La peste de Camus.
Lo comparto

jackie
Buenos Aires, martes 24 de marzo 2020

Desde el más íntimo de los recintos

     Con la primera estrella, la noche cae sobre la escena del mundo. Ella se desploma sobre su cama. Pesada, exhausta, con su cuerpo astillado por el dolor le parece escuchar el crujir de sus huesos pélvicos. El silencio esconde bajo su manto ansiedad, angustia y temor evidenciados apenas en el sudor que ya invade su camisa de algodón. En su interior como fuera de la habitación, se libra una terrible batalla vital.

     Este espacio comienza a resultarme asfixiadamente estrecho. Tal vez ya es la hora. Mi corazón se acelera, escucho su eco sostenido y geométrico. Tiemblo. Me quedo inmóvil, rodeado por el agua que empieza a colorearse. No es agua. Demasiado densa, es sangre. Quizás deba iniciar mi huida.

    Tengo miedo. Me cobijo en la imagen de los trigales del campo que luego serán panes que saciarán mi hambre. Añoro la tibieza de un pan blanco sobre mis labios, abrigado por  el abrazo de mi madre salvándome de terrores ancestrales. Presiento sus caricias deslizándose sobre la piel  ahuyentando los fantasmas. Sí, con ella ni siquiera temeré a los gigantes.
      ¿Y si ella desaparece? ¿Si ella se desvanece y la rapta el tiempo? ¿Me llevarán al hospicio? ¿Quién calmará mi llanto? Imagino las noches de viento y tormenta asolando mis sueños y un caos cósmico llevándose hasta las últimas ruinas. Y yo abandonado en la playa mientras el agua salada lame mis oquedades

    Debo resistir. No me desintegraré asestado por el miedo y este espacio que no quiere ya cobijarme. Pondré mi cuerpo al cuidado de sus más bellas fantasías.  Veré sus pies en sutil hoguera danzando la historia del mundo. Más allá de la realidad, héroes y mendigos reharán la trama del universo cuyas hebras sostendrán mi presencia.

     Mi ser comienza a deslizarse en primigeneos contoneos. Siento que resbalo impelido por una vorágine sin nombre. Intuyo callejas desiertas que se abren para cederme el paso.  Mi cuerpo se vuelve leve y se entrega, ensayando movimientos gráciles para esquivar algunas curvas indomables.

   Se apodera de mí un irresistible anhelo de sobrevivencia. Ubico mi cabeza en el epicentro del túnel. Comprimido entre las  paredes temo no soportar esta experiencia límite. Una tempestad orgánica alista todos mis sentidos. Golpeo involuntariamente sobre la terquedad de sus huesos. Casi asfixiado cruzo la salida.

     Una luz enceguecedora hace estallar mi primer llanto. Los objetos parecen evaporarse a la vez que se fijan desorbitadamente materiales. En un instante único escucho el ruido del acero. Las manos que me reciben quiebran el último hilo que me ataba a mi madre. Escucho su voz temblando. Me llama por mi nombre. ¡Cuánta tibieza y dulzura hay en sus caricias! ¡Ojalá nunca se detengan!

    Colapsada por el esfuerzo y con la tristeza retratada en una mueca atroz, sus brazos ceden a otros brazos al niño amado. El llanto mudo de su alma quiere ser una hoguera de esperanza. La habitación es sacudida por un rumor. El contagio trepa por las paredes y observa por las ventanas. ¿Será que la peste no morirá ni desaparecerá jamás?  

jackie 
Buenos junio 2006





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