¿Para qué vivir?

 En un post anterior me había planteado escribir sobre el sentido de la vida, el para qué vivir. Es la típica pregunta adolescente, la de momentos de crisis o cuando la muerte nos toca de cerca. Y entre la pregunta y el tiempo se incrustó la muerte de mi madre. Y entonces repasas como para un examen, toda tu vida, y te das cuenta que quien tal vez más te conoció y amó, quien te puso en el tiempo, ya no está ahí para abrazarte ni consolarte y tampoco estás más para cuidarla o simplemente amarla. Y entonces la propia vida, pero en especial las certezas, comienzan a girar como un trompo casi a punto de perder la cordura. 





La fe, los brazos y palabras de los afectos,  amortiguan la caída en la tristeza, pero no puede esquivarse la cercanía con la angustia existencial y asomarse a la soledad. Soledad que es páramo y silencio, astilla que arde sin verse. 

Y entonces, ¿para que vivir? ¿Qué hace que me levante cada día? Y aquí para responder recurrimos a los grandes proyectos, al amor o las respuestas religiosas o escépticas. Sin embargo en mi respuesta me nace algo más visceral. Hay algo en mi interior que grita que la vida es don y por eso se celebra y agradece en cada instante, porque es finita sin aviso y porque pasa muy rápido. La vida es como el agua entre las manos, siempre se escapa. Pero el agua es deliciosa y se saborea en cada sorbo, aunque suele pasar desapercibida, excepto cuando estamos sedientos al extremo. Tal vez por eso el ejercicio de si vale más un vaso de agua o un diamante que tanto gusta a los economistas.

En tiempos donde lo imprevisible irrumpe, ¿qué vale más? ¿qué sentido tiene la vida? ¿para qué vives?
jackie
19 marzo 2020

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