Día 28 | Historias de mujeres: la historia de mami contada por mí

La historia de mi mami contada por mí
¿Cuántas veces te escribí?
     Cuando era niña y todas mis amigas hacían regalos a sus madres, yo te escribía. Al principio unas pocas oraciones, en la adolescencia fueron testamentos, a los dieciocho, cuando empecé a trabajar te regalaba algo pequeño con postales (hechas con figuritas y placas de estudios radiográficos) y cuando me fui de casa, fueron cartas. Vos todo lo guardabas. Por eso hoy puedo verte y verme en aquellas palabras.
Esta es tu historia, una mixtura de tu biografía con la mía, desordenada, como acuden los recuerdos a mi corazón. Y aunque no podrás leerla, siento que, de alguna forma, me estás abrazando, porque el amor nunca muere.


     Tu papi, mi nono Guillermo, te dejó la huella del inmigrante en dos principios: esfuerzo y trabajo. Pienso que fuiste muy independiente y te contagiaste de la rebeldía de los 60: trabajabas, usabas pantalones y bailabas rock. A los 22 te casaste y enfrentaste los prejuicios de un pueblo y a tu suegra, y no dudo (tal vez sin saberlo) ¡eras feminista! Por eso nunca entenderé por qué dejaste el trabajo cuando nací.
    Luego vinieron los años en Rodeo, que según nos contaste, fueron maravillosos. Allí, a mis 4 años, “traída por la cigüeña”, llegó mi hermana. Casi quedamos huérfanas. Estuviste varios días en el hospital, momento que disfrutamos de la “nona de Buenos Aires” o sea tu mami.

    Eras una mezcla extraña madre. Audaz y feminista en muchas cosas, pero a la vez, conservadora y tímida en tantas otras. No sé de dónde sacabas energía para enfrentar las dificultades como cuando papi quedó desocupado o cuando murió tu mami y estabas tan lejos, como yo cuando vos partiste.

     Recuerdo el beso de las buenas noches, las trenzas antes de ir a dormir, cuando lavabas mi pelo, las fiestas de reyes magos… Y esa voz suave y tan llena de amor que aún suena en todo mi ser. Solías llamarme “patito” o “gordita.”

     Te veo sentada en la puerta de calle, en aquellas noches de mis vacaciones en la época de la facultad. Ya no sé de qué hablábamos, tal vez de mis desamores. Y contemplábamos esos cielos estrellados y limpios que se han fijado en mi alma.

     Te veo siempre ¡tan laboriosa! casi sin descanso. Limpiando los patios, cocinando, haciendo conservas, dulces y arroz con leche, lavando platos o ropa a mano con una tabla de lavar de madera aún con tus manos lastimadas por el agua tan helada… te veo cociendo, tejiendo medias a 5 agujas o remendando. Te veo amasando en esa batea gigante y horneando solita para servirnos una merienda al abrigo del pan caliente. Nunca olvidaré ese aroma, tu cansancio convertido en sonrisa, el crujir del pan al cortarse, las migas sobre la mesa, el humo estallando en el pan recién partido…  

     Te veo firme y perseverante enseñándome a andar en bicicleta, haciendo que vaya a natación, a piano o apoyándome algún sueño loco como cuando querías que escribiera cuentos para niños o me presentara a algún concurso. Me apoyaste, me enseñaste disciplina y fuiste muy exigente con el estudio. Aún te veo dándonos tareas en febrero (cuentas, tablas de multiplicar, cuadernos de caligrafía y ortografía, lecturas) cuando el resto de los niños jugaban. Buscabas las tareas en casa de mis compañeras cuando enfermaba, estuviste en todos los actos escolares, incluida mi graduación universitaria, me obligaste a cursar el Profesorado de primaria que odiaba “porque debía estudiar para trabajar y no depender de un hombre”. A los 21, cuando me fui a San Juan y sufriste mi ausencia, pero siempre acompañaste, en silencio y dando todo.

    Te veo siendo abuela, preocupada por siempre regalar algo a tus nietos y nietas. Nona Perla te decían, y yo sé cuánto los amabas. Recuerdo aquél viaje a Necochea, jugando con ellos y viéndolos crecer.

    Y en un momento, casi sin darme cuenta, fuiste envejeciendo hasta que tu memoria se fue desdibujando…y dejaste de nombrarme, pero ya no hacía falta, me mirabas y abrazabas y era la mejor ofrenda. ¡Qué lindo! me decías, ante la belleza de las rosas o cuando te cantaba alguna canción para niños.

     Y un día, te caíste sin aviso. Luchaste cual guerrera, hasta que un día infame o bendito, ¡quién lo sabe! tus hermosos ojos verdes se marcharon…y tan sola me he quedado, alumbrada con tu historia que es tan mía, al abrigo de un amor que nunca acaba.
¡Cuánto te amo, mami mía!

jackie
Viernes 17 de abril 2020


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