Día 109 | El otro lado del espejo

Día 109 | El otro lado del espejo

La vida de cualquier persona tiene luces y sombras. Pero esta cuarentena tan extraordinariamente extendida pone en evidencia las limitaciones que tenemos para construir un mundo más justo.


Quiero escribir como si estuviera en la calle con mi cámara fotográfica y en mi habitación con una cámara lúcida. Que ambas lleven a que mis palabras digan aquello que está ahí, sin voz, pero escuchamos los estertores.

Aparecen esquinas de mi barrio… donde hubo un café, hoy es alero para un par de hombres que ahí se instalaron, veo la mujer que duerme junto al cajero automático o aquél sentado debajo de un paraguas… y en alguna esquina una colcha que espera “de anónimo a anónimo.”

Algunos comercios de brillantes carteles, están vacíos y apagados… Las tiendas parecen de otra época, sus vidrieras exhiben una deslucida ropa de verano…  y ¡cuántas peluquerías cerraron dejando apenas algunas huellas de un glamuroso pasado!
Más de 40 a


Los ancianos y las ancianas de los geriátricos que poco entienden lo que pasa, y por qué se acabaron las visitas… muchos trasladados sin despedirse, sin recibir mayores explicaciones y algunos que jamás regresan ni reciben una última palabra de amor o un tibio abrazo…

Los niños y las niñas, encerrados… se paralizaron los barriletes, la patineta, el tobogán y el columpio. Se acostumbraron a las rutinas de higiene, a que su maestra ingrese a la casa por una pantalla y siguen sin entender por qué no hay recreos con juegos, golosinas y abrazos.

Ahí están quienes sostienen los hospitales, que cada mañana se transforman en “astronautas” que traen la esperanza o el desconsuelo al pie de cada cama… valientes y disciplinados, poniendo “el pecho a las balas” … aplaudidos y mal pagos, mostrando las contradicciones de una sociedad que los reclama porque son realmente imprescindibles.

En bicicletas o motonetas, bajo el frío, la lluvia o el viento, llegan a nuestras casas, trayendo ese paquete que nos da alegría porque al abrirlo hay comida, bebida, o algún regalo. Y mientras disfrutamos de esa gota de magia, les cerramos la puerta, y ellos siguen su viaje. 
Para todos quienes están en la calle, porque la vocación o la obligación son más grandes que el miedo, les doy gracias porque hacen que el pequeño mundo nuestro siga girando.

Están quienes se volvieron insomnes, porque van perdiendo su empleo, o emprendieron justo cuando el ventarrón se desataba… y sus ojos observan que hay pocas opciones sobre la mesa para mirar de frente al mañana…

Una larga fila de quienes la pasan muy mal, porque se infectaron o porque no asisten a sus controles y sus enfermedades recrudecen… y junto a ellos, quienes los aman y rezan para que se mantenga la vida mientras otros, simplemente, intentan encontrar consuelo por las ausencias irreparables.

Son rostros y nombres que no conozco, pero siento, el dolor, la fragilidad, la soledad y la vulnerabilidad abismal que atraviesa sus vidas y se instala en sus almas… 

jackie
Buenos Aires, miércoles 8 de julio

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