Día 230 | La mochila

Día 231 | La mochila

Aquel día había decidido que formatearía la memoria de la cámara de fotos. Llevaba años sin hacerlo. Limpiaba parcialmente pero no me atrevía a hacer el formateo… y aún no lo hice. Pero ese día la saqué de la mochila donde estaba guardaba. 

Y quedó ahí, fuera del placard, en el medio de mi habitación. Cuando fui a dormir, bastante tarde, tal como ha venido sucediendo durante toda la cuarentena, parecía estar esperándome.

Sentí angustia. La última vez que la usé fue en diciembre. Por un instante, sentí que volvía a caminar, arrastándola, por los pasillos del sanatorio donde operaron a mami. Me vi con mi pantalón blanco, consultando a los médicos,  rezando, suplicando que todo salga bien, …
Y rompí a llorar… era impotencia, dolor, darme cuenta de que aún no he superado esa etapa donde sólo se recuerda el final… que aún no puedo recordarla viva, radiante, amorosa como siempre lo fue…

Cesado el llanto… mi valija me llevó hacia otros recorridos… recuerdo que la compré en Madrid luego de mucho tiempo buscando una “mochila con rueditas”. Mi alegría fue gigante cuando finalmente la encontré. En ella debía poder guardar mis compañeras de viaje: la cámara de fotos y la computadora. 

Y entonces, volvieron a mi memoria otros itinerarios… hoteles, aromas, nervios por las clases, esperas en aeropuertos, cargadores o zapatos olvidados, cafecitos al terminar la jornada, voces con miles de acentos diferentes, historias, debates sobre libros o recursos, risas, misas en las catedrales del lugar, mucha escucha, micrófonos en la mano, largas noches estudiando o modificando las presentaciones, escapadas para conocer algún lago o una montaña, desayunos en el  comedor de un hotel y miles de palabras… y tantas anécdotas y aventuras….

Está ahí, y mi mochila valija se ha vuelto dilemática. Me recuerda los últimos días de mi madre… y también una etapa que parece también ha terminado. La pandemia nos ha encerrado y ha cambiado el estilo de vida que teníamos. No sabemos cómo será lo que sigue, la incertidumbre se pega en todas las hojas proyectuales…

Ahí está mi mochila valija planteando el dilema. La computadora está averiada, ya no es tan portátil como antes y la memoria de la cámara aún no ha sido formateada. Ellas patentizan, tal vez, lo que mi razón se niega escuchar y mi conciencia a ver.

Ella está ahí, patentizando, que dos etapas han terminado. Está ahí, esperando mi respuesta, ese gesto de apenas un instante que me quite de este estado obnubilado, detenido en un pasado que se enseñorea y punza. Ese gesto que en definitiva diga, que hay que seguir caminando…
Volví a mirarla. Un rayo de sol la atravesaba y se instalaba a su lado. Sonreí. Ese rayo me interpelaba, me invitaba a soñar que tal vez, sólo tal vez, en el fondo de mi mochila aún quedaban viajes por hacer y caminos por recorrer.

 Al caer la noche, la miré. Sonreí y le colgué un juguete que usaron mis hijos en su niñez … sonreí y me quedé ahí, abrigada, entre recuerdos amorosos y la tibieza de ese tenue rayo de sol que hoy se coló por mi ventana.



jackie
Buenos Aires, domingo 8 de noviembre.







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