Día 236 | Abriendo ventanas

Día 236 | Abriendo ventanas

Hace 7 meses en nuestro país y en el mundo entero, debimos meternos en la “cueva” para cuidar la vida.  Teníamos mucho miedo. Era un enemigo implacable que no podíamos controlar. Hubo ríos de información dando sugerencias de “buenas prácticas” para evitar el contagio. Y de repente, el mundo se silenció, y nos quedamos encerrados en el espacio doméstico.

Yo decidí reunir todas las tapitas de las botellas descartables que usaba como una forma de patentizarme el paso del tiempo a la vez que marcaba en el calendario los días de cuarentena… y volví a escribir en mi blog. Y este blog, se volvió mi amigo.



Encontré en la escritura una ventana al mundo exterior (porque quienes me leían se comunicaban) pero especialmente, al mundo interior. Fue mi manera de poner en palabras las emociones que me recorrían, en especial la tristeza por la partida de mami, justo casi un mes antes de iniciar la cuarentena. 

Hoy, que legalmente empiezan a abrirse ventanas y paulatinamente vamos regresando a los espacios habituales, quiero detenerme para recuperar qué significó esta etapa. Pienso que, de forma inédita, volvimos a “estar en casa”, desnudos y sin máscaras y como no podíamos salir, aprendimos a tolerar esas imperfecciones que no pueden cambiarse, las nuestras y las de los demás. Pero fue importante al menos, develarlas.

En este extendido silencio, tuvimos algunos días sin relojes, en especial al principio. Y esa fue una experiencia inédita, que trasladó la mirada a la caída del sol, el oído al murmullo del viento o a las gotas de la lluvia en la ventana y por un ratito, nos contactamos con lo que aún nos queda de niñez y con esa magia que se despliega cuando hacemos lo que realmente nos apasiona.

Pero también aprendimos, que nos duele el dolor ajeno mucho más de lo que pensábamos y que extrañamos el encuentro real, aunque la tecnología nos ha mantenido conectados. Aprendimos que no se puede vivir de añoranza ni de recuerdos y que tenemos una profunda capacidad para reinventarnos y crear nuevas salidas porque finalmente nos hemos descubierto frágiles y vulnerables para vivir cada día con modestos proyectos porque …

¡Oh sorpresa! Lo que repetimos en teoría se ha vuelto evidente: nuestro saber es diminuto y no es tan poderoso. Somos, como decía Pascal, un junco que piensa con cabal conciencia que un diminuto virus, en unos días puede matarnos. 

Y tal vez, sólo tal vez, cuando finalmente salgamos, habremos recuperado la alegría sencilla y agradecida de estar vivos, de respirar sin malestar para sorber el aroma de un jazmín o una lavanda, o apenas de respirar para caminar sabiéndonos profundamente vivos y sanos. 

jackie
Buenos Aires, domingo 15 de noviembre de 2020


Comentarios

  1. Excelente amiga. Como siempre. Un deleite la lectura.

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  2. La escritura es sanadora en sí misma. Y agradezco tu capacidad de poner en palabras cosas que transitamos, cada uno a nuestro modo, pero a su vez con lo esencial en común. Volvernos minimalistas. Observar aquellas cosas a las que antes no les prestábamos atención. Valorar lo cotidiano. Tener la valentía de hacer un viaje interior que no teníamos planeado pero al que la vida nos invita. Y agradecer el respirar, que damos por sentado o hecho, pero que es la conexión con la vida misma, y precisamente este virus nos ha puesto el desafío de comprender cuán importante es. Siento y te acompaño con un gran abrazo en tu duelo, ayer hizo dos años de la partida de mi madre y siento que quedé "huérfana", no es cuestión de edad...

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    1. Sin dudas, el respirar como acto vital que pasa desapercibido pero que es lo que define nuestro vivir... me recordaste los últimos días de la partida de mi mami...cuando verla respirar era una alegría y una acción de gracias... sí, de cuánto nos perdemos a veces por andar tan apresurados.
      ¡Gracias por tu comentario!

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