Día 805 | La ventana de enfrente


No puedo manejar mi parte flanuer.  Esta "gastronomía de los ojos", como diría Balzac, que me habita y recorre. Estoy en Ámsterdam. Me atraparon sus ventanas que inundan de luz cada espacio interior. ¡Qué maravilla! ¡Realmente los envidio! Viviendo en Buenos Aires, gozar de esta plenitud luminosa aunque sea por unos días es un regalo y un banquete.

El departamento está en  De Pij, barrio bohemio de calles estrechas, numerosos bares y restaurantes étnicos, emprendimientos originales.


A sólo unas cuadras está el Albert Cuyp Market, el famoso mercado al aire libre, con sus pintorescos puestos que ofrecen los más variados productos, desde el queso y comidas típicas hasta flores o macramé. 


Poco o casi nulo tránsito de automóviles. Apenas los repartidores, carteros o los camiones que recogen los residuos. Escucho el trinar de los pájaros. Cada ventana, a través de sus vidrios, invita a imaginar una historia. Ésta es la mía.

Era de mañana, temprano. Estaba desayunando una rebanada de pan con el delicioso chocoladehagel desayunado. De repente y como movida por un imán, algo punzó mi atención y me acerqué a la ventana. La luz era intensa. El silencio maravilloso. Casi se escuchaba el murmullo del aire. Incliné un poco la cabeza y lo vi.

No es de mi tipo, me dije. No me gusta su singular raza que gusta del mimo intenso para luego, escurridizo, desaparecer sin dejar huellas. Esa raza que ama la modorra y se regodea bajo la luz de los rayos del sol. Inmediatamente, en la ventana de un piso más arriba, como un invitado imprevisto, aparece un congénere. 


Mi rodaja me espera sobre la mesa. Se ha detenido el tiempo. Siento que dos pares de ojos me observan y escudriñan. Los adivino de un verde casi marino, de un oval casi perfecto enmarcados en una tenue línea oscura. Devuelvo la mirada uno a uno. ¿Me ataren? ¡No! ¡Impensable! No me gusta su raza. ¿Por qué quieren mover mis certezas? Me desorientan

Regreso a la mesa y me siento. Me calmo. Los observo de más lejos. Ambos siguen pegados a la ventana. El sol los atraviesa y brillan. Como un dandi, estiran sus esbeltos cuerpos, queriendo exponer la liviandad y agilidad de movimiento. Entre ellos se miran como declarándose rivales. De pronto me resultan bellos. ¡No! ¡Es imposible! Soy una mujer de principios firmes. No me gusta que muevan mis certezas. 

Me retiro. Me niego a seguir mirándolos. Salgo a la calle. El aire fresco y el aliento de la primavera en mi rostro, me espabilarán de este trance. Llego a Ferdinand Bolstraat y decido caminar sin pensar. Sin decidir rumbo alguno bordeo el canal Singelgracht 


Avanzo hacia el
Museumkwartier (barrio de los museos). Automáticamente me interno en el Rijkmuseum. Necesito confirmar mis preferencias. 



La obra de Thérèse Schwartze me inspira y sosiega. Ya no hay dudas. Seré fiel. 

Regreso. Subo las empinadas escaleras. Me acerco a la ventana. Ahí están. Cruzamos nuestras miradas. Ya no tengo dudas. Siento una especie de tristeza extraña. Lentamente les doy la espalda. Una sutil y amable manera de despedirme. Para confirmar mi elección, cierro las cortinas. Fin de esta pequeña historia de flirteo.


jackie

Amsterdam, 1 de junio de 2022


  

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Cerrar, dejar ir, abrir y agradecer

Primer aniversario de "La valija azul"

Viaje al interior 2