VIVIR


En noviembre del 2019 decidí que el 2020 estaría dedicado a historias de mujeres, no las de los libros o publicaciones de las redes, sino de aquellas que, desde el anonimato de la cotidianeidad construyen el mundo dejando una huella que pasa desapercibida.

En diciembre, pensaba cerrar el año con algunas ideas e imágenes. Pero la vida es impredecible y nos asalta con sus "ocurrencias" cuando se le antoja y de las formas más extravagantes e impensables.

Porque a veces la vida, quiere que nos detengamos y centremos en ella. Y eso me pasó con la enfermedad de mi mami con quien aprendí a sentir el latir de cada instante. Me di cuenta del poder y la fragilidad de la vida en una ligazón indescriptible. 

Siempre he defendido desde lo teórico y existencial, la radical finitud del ser humano. Se dice que la esencia humana es su racionalidad. Yo elijo una "esencia" compartida: la mortalidad. Es tal vez la única certeza en la que podemos acordar. Sin embargo, vivimos como si fuéramos inmortales. He suplicado a Dios (junto a muchas personas a las que agradezco con toda mi alma) por la vida de mi madre. Y amorosamente, Dios me dio el regalo de Navidad más hermoso. Fueron momentos donde esa finitud se patentizó con una pregnancia reveladora.

Después de la operación, vinieron esas complicaciones que aún hoy dejan su vida en un hilo y que la cambiaron para siempre. Pero junto a mi valiente hermana aprendimos, el valor de cada instante, latido y respiro.  Y es que en realidad, toda vida pende de un fino hilo. Pero a menudo lo olvidamos.

No defiendo vivir con la idea de morirse a cada instante. Pero sí, pienso, es bueno recordar que es nuestra esencia. Así tal vez, podremos establecer prioridades para cada día que vivimos y darnos cuenta del tesoro que tenemos y que a veces, pasa desapercibido sin siquiera valorarlo.
jackie

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