Crónica de un viaje | Soñarlo

¿Cuándo empieza un viaje? En el momento que comenzamos a soñarlo… Ahí, cuando nos disponemos anímicamente a la espera del momento que marcamos como un punto de inicio, como una flecha que se orienta a la fecha hacia la que se dirige toda nuestra imaginación y energía.

Un viaje es como un rizoma donde se cruzan recuerdos, expectativas, miedos y deseos. Empieza cuando se deja la tierra propia, esa que caminamos con los ojos cerrados de la rutina, casi descalzos porque conocemos sus laberintos.

Un viaje, cuando es elegido, está ligado a nuestras motivaciones, a nuestra pequeña historia. Recuerdo, cuando era niña, mis viajes de Rodeo a Jáchal por ese camino de cornisa que despertaba mi pánico por lo angosto y el precipicio. Recuerdo la bocina accionada por mi padre y querer adelantar unos metros los ojos para divisar algún auto del otro lado. O cuando a los 18, yendo a un retiro espiritual, estuvimos en verdadero riesgo de volcar en una de esas curvas.

Otros viajes tienen la sonrisa de mis hijos, aroma de mar, insistentes ¿cuánto falta para llegar? castillos de arena, facturas al atardecer, ritmo de calesita y uno que otro susto porque salían de la mira por un rato. Recuerdo una tarde cuando, sorprendidos, aplaudían y cantaban bajo la lluvia (literal) alegres porque era algo diferente a lo a la montaña seca y el infaltable sol sanjuanino. 

Están también los viajes que no deseábamos hacer y que dolerán por siempre. Para mí fueron en 2004 cuando falleció papi y en el 2020 cuando partió mami. Son viajes que se hacen anestesiada porque resulta imposible asumir lo que está sucediendo mientras empieza a despertarse la conciencia de la orfandad.

Doy gracias a Dios porque he viajado a diferentes lugares y de los más diversos modos. Cada viaje ha quedado en el baúl de mis recuerdos con identidad propia. Algunos como anécdota graciosa como cuando me compré un par de zapatos (me enamoré con sólo verlos en la vidriera) para usar en la graduación de un curso internacional (2008-2009) y al llegar, advertí que ¡sólo tenía un zapato en mi valija! O cuando estando en el aeropuerto (iba a dar una conferencia en Bolivia) advertí que no tenía el dinero.

Hay un viejo refrán que dice “todos los caminos conducen a Roma” y bueno, ¿quién alguna vez no se ha perdido? Con mapa o con GPS, esos momentos terribles pasan y luego se transforman en anécdotas. Y estoy en el grupo de quienes aún con Google map ¡se pierde!

Cuando el viaje implica prever un tiempo más largo fuera de casa, obsesivas como yo, armamos una detallada lista (no vaya a ser que en el medio olvidemos algo jajjaja). Esta vez me pasó que, la noche anterior, hice y deshice categorías para organizar la valija: objetos sólidos, remeras, ropa interior, medicamentos, cosméticos. ¡No! Mejor los pantalones, camisas, remeras, calzado (con ropa interior adentro) cosméticos por tamaño, libros y así ¡hasta quedar dormida! Pero ahí acaba la previsión. Armo valija apenas unas horas antes, aunque viaje a la China y la cierro tres segundos antes de salir… ¡cada cual con su locura a cuestas! lamentando en este caso, abandonar mi usual orden por color.

Y sí, porque si algo aprendí es que hay una valija que no armamos pero que siempre está lista para partir. La imagino como un duendecillo que, sentado como el pensador de Rodin, me mira rozando su barbilla con un tamborileo de dedos. Sí. Somos nosotros mismos que nos llevamos a todos lados… y donde sea que vamos… Sin pasaje viajan nuestras manías, obsesiones, deseos de cambio, temores, dolores, preocupaciones, pasiones… Sin embargo, cada viaje, nos transforma un poquito y ya por sólo eso, se vuelve maravilloso.

¿Comparten mi nuevo viaje? ¡Los leo!

Hora azul sobre el museo (Ámsterdam, 28 de mayo de 2023)

Jackie

In itineri Buenos Aires-Ámsterdam, 26 de mayo de 2023