Día 572 | Los puentes del silencio: él

Un puente siempre tiene dos extremos que, transitándolo, de alguna forma se reúnen. En este post pensaré en “Los puentes de Madison” desde el extremo de Robert Kincaid. Pero ¿por qué digo extremo? ¿Quién es Robert? ¿Cómo vive este amor?

A los 18 años, luego de la muerte de su padre, Robert ingresó a la Armada donde estuvo 4 años. Por esos misterios de la vida, fue asignado como ayudante de fotografía. Aprendió la parte técnica e inició su camino de búsqueda entre Rembrandt y los impresionistas. Y así se enamoró de la luz.

Luego se trasladó a Nueva York donde trabajó en una agencia de modas y en Seatle fue director creativo de una agencia de publicidad. Después de la muerte de su madre compró su equipo y trabajó de forma independiente hasta que fue contratado por la National Geographic. A partir de ahí, ya no pudo detenerse.


Y así, aunque estuvo un tiempo casado, se convirtió en el Robert Kincaid que conoció Francesca. Realizó un agotador viaje desde Washington. Su objetivo era fotografiar el puente Roseman. Pero sus viejos mapas resultaron insuficientes.

Más arriba mencioné que un puente tiene dos extremos, con el peso semántico que esta palabra tiene. Robert es casi un nómada que ha recorrido buena parte del mundo encapsulando instantes, porque en última instancia eso es la fotografía, cortes, incisiones en el fluir del tiempo para sostener la memoria.

Imaginemos como en una placa radiográfica, las vidas de ambos. Y en ese trasluz de fantasía puedo ver el cuerpo de ella como una cobija cercana al fuego, recogida, circular, mientras que a él lo veo como una vía láctea llena de puntos multicolores, amorfo, o en constante movimiento y transformación.


Quizá, es ese juego de opuestos, lo que dispara esa fina y lenta sensualidad que los atrapa durante cuatro días. Pero ¿qué hay en esos opuestos? Una primera y rápida interpretación nos lleva hasta el mito del andrógino de Platón, a la unión de las partes para alcanzar la completud. Francesca se conecta nuevamente con la poesía y a través de los ojos de Robert, ve más allá del pañuelo del pueblo donde vive desde hace tantos años. Robert, de alguna forma, experimenta la sensación que su alma de caminante ha encontrado finalmente, una estancia.

Y esa certeza se expresa cuando le envía las fotografías: ¿Qué me sucedió en Madison County? …Es claro para mí que me he estado moviendo hacia ti y tú hacia mí por mucho tiempo… de alguna forma, nos volveremos a ver, en algún lugar, en algún tiempo..."
Ella se ha vuelto el lugar donde siempre estuvo dirigiéndose. Y aparece aquí otra forma de entender el amor así como los encuentros y los cruces de caminos. Subyace tal vez la idea de destino “lo que debe ser será” y entonces la persona, impotente, casi una marioneta, se abandona al fluir de los hilos del acontecer… y lo que debe ser, será.  

Robert muere con esa certeza de un nuevo encuentro. Por eso la encomienda que Francesca recibe como “herencia” no es sólo el equipo fotográfico de Robert, sino y especialmente el libro “Cuatro días para recordar” con una nota: “Para F”. Y así, aún conservando el papel original, Francesca, como en las antiguas postas, lo pasa a sus hijos.


Me detengo en la misma escena que mencioné en el post anterior, la de la tormenta. Es un momento tenso, lento. Interpela directamente. Ella no logra abrir la puerta. Él sí, se baja y se instala en medio de la calle, la lluvia cubre su rostro  y nos sugiere el dolor de sus lágrimas... Casi como en una respetuosa súplica, se queda ahí, un instante que se nos representa eterno... espera... se detiene... quiere abandonar su vida nómada pero finalmente no hay eco. Cuando él cuelga su medalla en el retrovisor, está indicando que algo se ha anclado para siempre, un amor que no puede seguir viviendo ¿o sí?

Hollywood nos acostumbró a los finales felices y cada género tiene sus fórmulas. Sin embargo, sin un final abierto, invita a correr los velos, y pensar. ¿Qué nos dice esta película? Que tanto Robert como Francesca, han querido “salvar” el amor del deterioro del tiempo. Ambos encontraron en el arte, en la fotografía él y en la escritura ella, un refugio para ese amor posible pero prohibido. No considero que sea una apología de la infidelidad, pero deja la pregunta sobre si el amor y vaya si es una palabra polisémica y una experiencia  diversa, sobrevive a la rutina.

El amor es planteado acá como quiebre de lo cotidiano, como los fuegos artificiales en las fiestas de fin de año, como las vacaciones en un año laboral… así de efímero, así de eterno por su intensidad, una intensidad que regresa una y otra vez mientras se lee o miran nuevamente las fotografías de un hecho que fue pero persiste coagulado en la memoria donde el tiempo ya no puede tocarlo con sus miserias.  

jackie R.

Buenos Aires, 12 de octubre de 2021

Si viste la película, dejame tus comentarios. O contame qué pensás acerca del amor y el tiempo, o de las sensaciones que te despierta este tema. 

Los Fotogramas son de Sensacine


Comentarios

  1. Estupendo análisis, quizás todo sea más simple, pero no menos profundo...tan simple como el instante de cada ahora o presente y tan profundo como la magia del amor. Que los siete principales chakras coincidan en el amor, ya sea a uno mismo o a un tercero, es iluminación, es ver, es presencia y lucidez. Robert L.

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  2. ¡Gracias por tus reflexiones Robert! Para seguir pensando.

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